De acá |
Una poética del asombro y la celebración del vivir
Esther Sánchez-Pardo
«En De acá, Emilia Conejo canta al restallar de la vida. Desde el poema inaugural, «Anacrusa», donde se nos alerta de que no es en un estado mental donde ocurre la vida, «donde todo explota», «donde la vida se cierne sobre cada humano » (p. 17), este volumen nos convoca a ejercitarnos en el arte del vivir, cuya centralidad nos pasa con frecuencia inadvertida. Antes de entrar en la primera sección titulada «Acá», encontramos una cita de Emily Dickinson («I find ecstasy in living; the mere sense of living is joy enough») y tras pasar la página del título interior, Anacrusa abre la colección con un caveat, «No huya nadie, que la fronda –nos advierte– no canta dos veces» (p. 17). En la primera sección, hay una segunda cita de la poeta de Amherst, «To live is so startling, it leaves but Little room / to other occupations». La referencia 141 a los versos de Emily Dickinson sobre cómo nos sorprende la vida, preñada de actividad, donde el vivir es una ocupación a tiempo completo, recuerda que es imposible simultanear otras posibles tareas con vivir en toda su extensión.
Este es el inmenso territorio en el que transita la poética de Emilia Conejo en este poemario. La suya es una poética culturalista que se nutre de un entramado de grandes voces con quienes debate planteamientos o comparte parámetros estéticos. La poeta, bien entabla una conversación, bien hace suyos como actores o personajes en el poema a: Ralph W. Emerson (p. 23), Leonora Carrington (p. 26), Knut Hamsun (p. 31), (Giordano Bruno y Thomas Mann, p. 36), William Blake (p. 37), Walt Whitman (p. 38), Marosa di Giorgio (p. 38), César Vallejo, Oliverio Girondo y César Moro (p. 40) , «la de Amherst» (Dickinson), Martín Adán (p. 48) o Hölderlin (p. 40).
Hay celeridad y dinamismo, cascada de imágenes en el devenir de la poesía de Emilia Conejo, y paralelamente, una minuciosidad de himno admirativo que se detiene en cada pequeño elemento preciado de la vida, donde nada precisamente escapa a la visión de la poeta. Si aceptamos su invitación, dedicaremos un lapso de tiempo a buscar la infinitud en esos instantes de meditación y de plegaria que nos ofrece su poesía. Se trata de una celebración absorta ante la inconmensurabilidad del mundo.
El volumen se abre generosamente en tres secciones: «Acá» (pp. 22-42), «Ejercicios espirituales» (pp. 43-66), y «El más de acá» (pp. 67-80). De acá obedece, sin lugar a dudas, a la inconfundible paleta de Emilia Conejo –pensemos en su poemario anterior, Minuscularidades (2015)– con una amplia tonalidad entreverada de matices enigmáticos, y también de azules (p. 26), rojos (p. 35), de tonos de campo y también de ciudad, en cuyos parajes «algunas vocales cambian de color» (p. 38). Los personajes que pueblan ese universo, el niño bosque (p. 30), la niña primavera (p. 30), o la niña amapola (p. 38), son figuras semioníricas, transeúntes que recorren paisajes vibrantes en armónica sucesión.
Emilia Conejo explora cómo el poema puede avanzar más allá de la composición lineal, introduciendo elementos móviles y asociativos en su factura, con un claro sentido del núcleo surreal del que deriva su fuerza ilocutiva y un borramiento de los límites entre lo poético, lo musical y visual. Así en la p. 55 (sección 2): «Hay un talento atronador golpeando tras / la puerta de todos los sótanos […] Que no quede una sola compuerta cerrada y que ese / talento que es tropa de jinetes nos pase por encima. / Nos deje tumbados sobre cualquier kilim, perplejos, tarareando una melodía / enajenada» (p. 55). El efecto poético nos sitúa cerca de las imágenes de pesadilla de los cuadros de Magritte o Dorothea Tanning».