Descendimiento |
Reseña de Antonio Crespo Massieu para Nayagua 30
Este libro habla desde un cuadro, no de un cuadro. Está el Descendimiento de Rogier van der Weyden, está la música de Bach y está una mujer que mira y una mujer que escucha. Luego la palabra que va habitando el espacio en blanco de la página, el espacio del cuadro, «el espacio que sigue al dolor», el «no espacio» «donde una vez germinó la belleza». Quiero decir, como ha señalado la autora, que esto no es una écfrasis: la representación verbal de una representación visual, y no lo es en ninguna de sus acepciones, pues frecuentemente esta descripción está inserta en una narración. Aunque tengamos el cuadro aquí delante estos versos que ahora se van a escuchar no lo describen: lo viven, lo habitan, transitan por su dolor indecible; se traspasa el umbral: quien mira el cuadro entra en él, pues los límites entre el sufrimiento que allí se describe y el de quien lo contempla es «un límite borroso», quien lo mira tiene que repetirse que «esto es un cuadro», no una representación o la caja donde se escenifica un drama, sino una realidad a la que se desciende: «quiero entrar en él / ahogarme en esas lágrimas / […] Ser yo ese cadáver». Tras la referencia al cuadro, tres citas abren el libro: Bach, William Carlos Williams y Dostoievski. «Cuenta a la tierra y al cielo tu dolor», «El descenso nos llama / como nos llama el ascenso» y «Lo que yo describo es viejo, son hechos pasados, que sucedieron hace mucho tiempo». Este descenso, este acompañar el descendimiento para contar el dolor habla de algo que sucedió hace mucho tiempo; es decir que sigue sucediendo… al menos si nos atrevemos, si queremos mirar y escuchar.
Tres palabras inician los tres primeros poemas: No, Miras, Nadie. Una negación inicial: «Ha de ser otro el modo otro el túnel / otros el laberinto el hilo con que desandarlo / otras han de ser las palabras»; perplejidad ante el sufrimiento y su eterna repetición. A continuación, la mirada, «lo que pintó el maestro», lo que vemos: el cuerpo de Magdalena, la caída de María, sus lágrimas (y las palabras nos lo hacen ver con la misma precisión, con la misma exacta y luminosa densidad que nos dejara en el lienzo van der Weyden) y, sobre todo, no ya lo que vemos, sino lo que está: «la verdad de la muerte / Y no el lamento»; «el acto / de morir / de sufrir».
Y nada dota de sentido a la muerte: «no es un martirio/ no es un sacrificio –Cristo / no nos importa / él tenía un porqué». La muerte «ES», y nada podemos hacer con ella. Es un acto. Y desde aquí, desde esta afirmación, esta caída, este descenso, que parece excluir todo consuelo; desde esta verdad tenemos que seguir leyendo, seguir mirando, cara a cara a la muerte y al sufrimiento, sin engaños; tal como se nos muestra, tal como ES. Renuncia a una justificación trascendente de la muerte tan similar a la renuncia del carácter sacrificial, y por tanto teológicamente justificado, de lo que se llamó Holocausto y designamos ahora como Shoah o, por recurrir a la metonimia, Auschwitz.
Y tras la negación de la realidad, el tercer poema nos dice la soledad absoluta: «Nadie mira hacia nadie. Todos los ojos son / el ensimismamiento». En este territorio no hay certezas: «Una se mueve /sobre / la roja pez de los significados / como sobre una balsa a la deriva». Y vamos entrando en el cuadro, en los poemas, desde la responsabilidad de las palabras: «no te deslices sobre / las palabras / como si fueran / nada». Decir «compasión» solo es verdad si significa: «Acoger ese cuerpo. Lavarle las heridas como si / respiraran. / Ungirlo con el llanto / que no pudo llorar». Y es esta una exigencia desmesurada: «No morir / de su muerte. Comprender / esa pena. Esperar / a su lado / que vuelva entre los vivos. / Y sí, / sin esperanza».
Encontrar una gramática del espanto para ser capaces de decir la muerte sin ahogarnos, esperar sin esperanza, negar el vacío, aquí, en el cuerpo ausente de todos los inocentes. Como esa terca espera y esa absurda esperanza de María Magdalena: «Y ve / lo que no ve lo que no ha visto / –no más / derramamiento no más / llanto».
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Reseña completa en Nayagua 30