Los naipes de Delphine |
No olvidemos que, en toda baraja, además de la dimensión oracular, se despliega fundamentalmente una dimensión lúdica, una invitación al juego de la vida con sus comodines y ases para sortear tiradas adversas. Hay una suerte de azar poético al que los surrealistas apelaron como puntal creativo que va tejiendo la estructura de este libro singular a través del hallazgo de cada naipe. O expresado con mayor precisión: a través de cada naipe que sale al encuentro de Delphine. Y este hecho señala claramente una postura ante la escritura (y la propia vida) donde lo programático no lleva las riendas del proceso creativo.
Recorriendo la prolífica obra de Esther Ramón, podemos afirmar que estamos ante una escritura orgánica, «ambarina», cuya producción no puede predecirse o ser planificada, sino que brota como sustancia excedente. También el lenguaje poético sería esa sustancia emanada del lenguaje ordinario, ese «cuerpo extraño» en palabras de Olvido García Valdés, que ya no pertenece del todo al organismo del que fue expulsado. La resina quiebra la corteza para asomar y los árboles la producen como una protección contra enfermedades y ataques de insectos, bacterias u hongos. También en las familias, para garantizar el funcionamiento del sistema, algún miembro ha de fracturarse de algún modo para que la presión del árbol familiar, del linaje, encuentre salida.
Con el paso del tiempo, esta resina se va endureciendo hasta convertirse en ámbar, cuyo nombre proviene del árabe y que significa «lo que flota en el mar», así «como aquella rama desprendida del árbol, todavía verde, que cayó al mar durante la tormenta y no sabe qué es, si pez o barco, ni a dónde pertenece» (p. 48). Estos excedentes de sentido materializados en cada carta van configurando el proceso de escritura y, a su vez, la propia vida hasta que ambas se vuelven inseparables.
Laura Giordani
Lea la reseña completa en Nayagua 36