Nieve antigua |
Reseña de Sara Torres para Nayagua
Todas las mujeres se llaman Antigua. Un solo copo de nieve produce un deshielo capaz de cubrir la superficie dejando un desierto blanco. La nieve con su capacidad de re-inauguración borra el paisaje, lo colma y lo excede en el blanco que refleja la luz. Es necesaria una lectura calmada para entrar en su ritmo, en su sentido.
LAS MUJERES DE LA TIERRA
«Algún día las mujeres de la tierra […]» inicia Nieve antigua situándose en un tiempo aún no superado, un tiempo antiguo producto de consecutivas sedimentaciones de poderes, saberes y prácticas. En él la silenciosa y violenta —escandalosa cuando expuesta— división entre hombres y mujeres, que se abren paso en la vida con sus pequeños movimientos de rutina y supervivencia bajo la marca de género que organiza la separación de mundos y actividades. En el espacio sabio y encogido de la inmanencia radical parece María Sotomayor desarrollar su poética, una poética de mujeres cuyos cuerpos, como materialidad bruta, se mantienen velados por «vestidos blancos» (p. 13) que cubren «sus rodillas pequeñas y redondas / sus amables manos de calmar» (p. 13). «Algún día […]», marca María la latencia de una especie de revolución en los modos de conocer y de estar que ya se adivina, «las mujeres de la tierra / alzarán sus vestidos blancos para enseñar / el idioma del pecho caído» (p. 13). El idioma, no de la narrativa de la lucha y el éxito, sino del cuerpo en el mundo y del mundo en el cuerpo. De las necesidades de los otros cuerpos en el propio y entonces, los cuidados como pequeñas incisiones en lo real, testigos de vida que no necesitan que grandes lemas trasciendan por ellos. La gestión de lo que hay es la tarea que mantiene entretenidas a las vivas, pero algún día, escribe María, el idioma que late en los recintos de lo privado se mostrará y su expresión será ya visible.
La consecución de imágenes y paisajes de la intimidad llama la atención sobre una presencia no reconocida en el orden del lenguaje, «Nadie dice su nombre» (p. 15), presencia que sin embargo sigue desarrollándose y fortaleciéndose a pesar de ser ignorada. El mundo material sí responde a su existencia, y sus intensidades se mezclan con las de las fuerzas de la naturaleza:
y crece una montaña de punta nevada en el desierto
donde algún día una mujer del juicio justo hablará
la abreviatura fina de la nieve
pero mientras se coloca brazos nuevos y fortísimos
hacia dentro
en la gran isla vecina y sus coronas pueriles
las tierras verdes
donde pastan los dueños de la leche y el dinero negro
el gas
el duro invierno (p.15)
Algún día una mujer hablará y ella será la del «juicio justo». Se retoma esta formulación para hablar sobre «el oficio lento de los hombres justos» (p. 20), un oficio que ha huido o que ellos olvidaron en el contexto devastado del tiempo que describe la primera parte de Nieve antigua. Así, un recordatorio de vidas en resistencia se mantiene como hilo que atraviesa una atmósfera extrañamente cargada, que rodea a los que sobreviven en el orden de lo dado con un dolor austero, acumulado en silencio: «hace demasiado tiempo que nadie se hace cargo del dolor» (p. 26). Nieve antigua precisamente se hace cargo del dolor, lo localiza en sus manifestaciones menos evidentes, donde a menudo no hay discurso que lo apoye. De ahí el esfuerzo poético:
luego arderán
y no hay suficientes hombres justos en las ramas
que las recuerden
luego arderán ellas la casa la rosa
hasta cegarnos (p. 29)
Arderá irreprimible lo que ha evolucionado desde el interior del mundo popular pero desapercibido. Los saberes antiguos y menospreciados se acompañan de la interiorización de patrones que regulan la vida en comunidad. Aunque las manos de las mujeres tienen la capacidad de calmar, también la madre observa de cerca a la hija intentado que esta actúe conforme a las normas de la ciudad. La hija, que marca un devenir distinto, sin embargo, busca, araña en la tierra, se siente capaz de dirigir a su madre para mostrarle «los tesoros» (p. 35) encaminándose hacia «la montaña de punta blanca que anticipa a los guerreros» (p. 36). El libro sostiene con firmeza que hay algo esencial en la tribu que se ha descuidado, y por eso hombres y mujeres viven sus consecuencias.
EL DESIERTO BLANCO SILBA EN LA SOLAPA DE LOS HOMBRES
La injusticia y la desigualdad social se imprimen en la consecución de imágenes poéticas que conectan una multiplicidad de espacios semánticos a lo largo del libro:
Los que se han quedado sin nada
miran cómo los otros los hacen bailar
no suena ninguna canción
pero les obligan a agarrarse de las manos y brillar
bailar encima del fuego (p. 39)
Pero existe un nosotros capaz de enmendar los errores, que es «estampida después de la nostalgia» (p. 39). Ese «nosotros» implica una sensibilidad distinta, una potencia activa para el cambio compatible con la fragilidad del saberse en un espacio de transición, donde las estructuras que provocan el daño al devenir tranquilo de la vida todavía están activas. Hallazgo de este libro: la voz del poema reivindica la ternura sin caer en una reducción fácil del mapa complejo de emociones, esperanzas y creencias presente en lo que entendemos por humano.
SACAR LOS LABIOS DE LOS INVERNADEROS
Tras «Las mujeres de la tierra» y «El desierto blanco en la solapa de los hombres» llega la tercera y última parte de Nieve antigua bajo el título «Sacar los labios de los invernaderos». El mismo título implica un movimiento de salida, que trae un flujo optimista y un cambio en el marco de referencia temporal que da la bienvenida a un ahora restaurado donde la vida en otras alegrías ya se siente posible. Llegamos al final del viaje lector con un «ahora es distinto» (p. 62) donde el amor encuentra territorios afines, propicios, donde se da la calma necesaria para poder experimentar y significar a partir de la sencillez de los placeres compartidos, del contacto con las cosas. Este horizonte de esperanza, no obstante, no olvida los dolores pasados o las formas más incómodas de estar en el mundo. Por el contrario, emerge marcado y consciente, de algún modo agradecido por la oportunidad del descanso y la bocanada de aire.
Nieve, Nieve antigua: porque existe la memoria y existe la imaginación existe el miedo, y se puede honrar a la ternura también cuando se ha perdido, de algún modo, la inocencia.
Entonces dices
que sí que las manos son sanadoras
que a lo lejos escuchas a alguien golpear el suelo
o el ancho del incendio dentro de la caja de zapatos
y ser de un tamaño pequeño
es la herencia de parir en la tierra
y ser los días pequeños
es estrechar la calma prometer la calma
sacar los labios de los invernaderos y besar las
mejillas (p. 61)