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Reseña de María García Zambrano para Nayagua 29
Este umbral podría ser la entrada a una casa situada en la estepa rusa o en un prado silencioso de la antigua Checoslovaquia. Un escenario donde un personaje de Andrei Tarkovski se pasea lentamente y se detiene a mirar algo que está más allá. Este umbral nos lleva a un texto en el que podemos encontrar, en su centro, una instalación con imágenes fijas; fotografías en blanco y negro; una película de celuloide antiguo en la que una mujer se arrodilla para rezar; un niño de cabello claro que corre; fragmentos de la Biblia, y de un diccionario con palabras en varios idiomas; un gato que se pasea por la instalación; y un personaje, Misha, que lo observa todo, y al que está dedicado el libro.
Umbral, además, es el tercer poemario de Ruth Llana (Asturias, 1990), publicado por obra y gracia de la editorial Malasangre (con poetas como Miriam Reyes o Marcos Canteli) y bendecido por unos versos de Rimbaud que cierran esta intensísima experiencia del lenguaje.
Abrimos el libro y nos asalta una duda: ¿cómo desandar caminos trillados en la significación para penetrar este cuerpo aparentemente fragmentario pero cohesionado con un ensamblaje de elementos dispares que recorren la materialidad de la palabra-signo-trazo-voz-acto? ¿Cómo guarecerse en esta casa sin tejado ni puertas? Umbral es el paso primero antes de adentrarnos en una construcción sólida y, a la vez, volátil. Un libro en el que subyace una necesidad de fragmentariedad que lo enriquece, una acumulación de experiencias de lenguaje atravesadas por experiencias de vida, de cualquier vida, en una ficcionalidad que, al terminar de recorrer esta casa, nos ha calado, por verdadera.
En una primera lectura, y desconociendo cualquier universo que nutra a la autora, sin referencias biográficas que pudiesen enturbiar (o completar, quién sabe) la interpretación, percibimos al menos una muerte, más de una herida, la necesidad de creer («Marketa/ vas a encontrar la fe»), «el rostro de la madre estrellado contra la grava», quizás por el dolor, animales que son «animalitos acercándose a mí», y una voluntad de acogimiento, de hacer con los signos un colchón mullido y silencioso donde puedan descansar, y encontrar alivio, algunos personajes-seres de carne hueso que arden para reencarnarse en una memoria silábica, de materia verbal.
Si atendemos a las citas con que se abre este Umbral encontramos a una teórica del feminismo como es Judith Butler y su libro Vida precaria: el poder del duelo y la violencia; y la referencia a Caín y Abel del Génesis. Duelo y fraternidad serán dos hilos con que se han tejido algunos de los textos de este poemario. Referencias a la muerte, a una suerte de alucinación percibida en un lenguaje roto, en una sintaxis alterada, en una dicción acumulativa que martillea sin respiro, en una encadenación de cláusulas abocadas a un precipicio, a una abertura total: «todos los caminos posibles, la bifurcación de la carne, la sucesión de ramas, el camino infinito, salvar a tu hermano, la brecha del hambre, grieta, la respiración que se apaga, saludo en la niebla...».
Pero volvamos al principio: «Vienen grandes cosas ya lo vas a ver», es el augurio del personaje Marketa Lazarová (película ambientada en la Edad Media y que trata de un conflicto familiar). «Abierta la boca sobre el pecho de Dios», se dice en el primer texto (lo llamaremos texto porque aquí se excede la clasificación de poema/poesías, se trata más bien de textos tejidos por una materia que trasciende y transgrede lo lírico, porque en Umbral la cuestión de géneros no es pertinente (o sí en una voluntad de ignorarlos) y lo «poético» recobra su sentido primigenio de creación). A partir de aquí estamos preparadas para acoger un relato de resonancias míticas, un texto que nos remite a otros de carácter fundacional, y que se nos presenta sin trama ni argumentos unívocos. Un cuerpo del que percibimos contiene al menos un secreto: «quiero la palabra para honrar la memoria de los muertos».
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Reseña completa en Nayagua 29