Vozánica |
Reseña de Maurizio Medo para Nayagua 30
En los últimos años han surgido una serie de propuestas que, ojalá me equivoque, pero de acuerdo con las tendencias que caracterizan a la crítica española, corren el riesgo de perderse etiquetadas con el código de «lo experimental». Desde Tuscumbia (Harpo Libros, 2016) hasta Vozánica (Harpo Libros, 2018) la obra de Lola Nieto (Barcelona, 1985) podría ser víctima de esta emboscada. Por esa razón considero fundamental adelantarme a cualquier tipo de etiqueta, escarbar en la superficie de ese indómito tembladeral titulado Vozánica y reconocer la naturaleza de los diversos materiales que «intervienen» en esta construcción. Para lograr tal cometido considero necesario detenerme un instante y analizar las diversas implicancias del concepto de lo «experimental». Cuando tuve la oportunidad de comentar con Charles Bernstein las dudas que me suscitaba la utilización de este término, esa vez hablamos específicamente de los procesos de Jackson Mac Low y John Cage, tal como lo propuso Bernstein y, con el propósito de librar a lo «experimental» de cualquier asociación científica, sustituimos la idea del «experimento» por la idea de un «ensayo», en el sentido de «tomar la medida de algo» o el de «someterlo a una prueba», fue así que, por fin, conseguí comprender a cabalidad la propuesta de Bennet, quien afirmaba que, incluso en la utilización de formas tradicionales como el soneto, el romance, el pantoum, o lo que sea, toda poesía es «experimental». Es decir, que toda poesía «se crea a base de expresar, de crear, una experiencia nueva». Dicho así lo «experimental», como una «condición» de la poesía, y por ende como una especie de avis rara atrapada en los compartimientos de las taxonomías, no existe. Por tanto, salvo que se trate de un recurso del crítico, ducho en ahorrarse fatigas, no tendría que asumirse como un probable subgénero el de una poesía experimental. Libros como Memorical-Fractal, de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán; Crak, de Ignacio Miranda; Los salmos fosforitos, de Berta García Faet o s/7, de Marcos Canteli no buscan, creo yo, alcanzar tal condición. Lo sabemos: no se consagrarán por ello. Son experimentaciones. Y por lo tanto resultan irrepetibles. En esa línea podríamos situar a Vozánica. Aquí Lola Nieto «ensaya» un proceso, «inventa» y establece su propio reglamento en una experimentación que es, al mismo tiempo, y de acuerdo a lo que señalaba Bennet, una experiencia. No LA experiencia, sino, más bien, el resultado de «un contacto vivo y dialogante con la materia» elegida para establecer lo que, pareciera ser un juego, sí, pero que, en realidad, no lo es. Vozánica es un libro que, es verdad, está configurado por el influjo y la acción de la visualidad –videation, acotaría Marjorie Perloff– pero que ha sido estructurado de tal forma que aquello que expresa posee una sonoridad tan particular que se equilibra con la dimensión del universo visual que nos presenta. No es que estas dimensiones –tanto la oral como la visual– que actúan en la composición de una misma escritura, se complementen: diría que incluso se desacoplan en el horizonte, mientras van fragmentado la noción tradicional del poema hasta constituirse en dos discursos paralelos que se desarrollan dentro, y fuera, de una misma representación escénica.
Lo visual, recordando una idea de Jochen Gerz, vehiculiza, en la medida que va revelando, el pensamiento que se experimenta; lo sonoro se expresa con tal minuciosidad, y desde tal espesura, que pareciera reflejar incluso «el sonido de orina tintineando en un orinal». En ese sentido la propuesta de Nieto es performativa, sí, pero como una «acción sobre acciones posibles», realizable solamente en la medida en que se manifiesta libre de cualquier mediación. Como ya dijimos, es un «ensayo», pero que es capaz de replantear su relación, como escritura, y no solo como un campo semántico, también con respecto al poder como también con respecto a la tradición.
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Reseña completa en Nayagua 30