Miércoles, 6 de Noviembre de 2024
José Hierro: la figura del poeta.
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Canto a su amor desaparecido

Canto a su amor desaparecido

Canto a su amor desaparecido es, como dice Juan Soros, “un canto fúnebre y de lamentación del sobreviviente en el contexto de un duelo”.

Un poema que se ha de leer como un mapa del dolor, y que dibuja una necrópolis de los países asediados por las torturas, las agresiones y las pérdidas. Cada país en un nicho. Países muertos.

Treinta años después de su primera edición, este poema, cuyo verso “Todo mi amor está aquí y se ha quedado pegado a las rocas, al mar y a las montañas”, encabeza el monumento en memoria de los represaliados chilenos en Santiago de Chile, ve de nuevo la luz.

 

De la muerte y el amor, el canto de Zurita
Juan Soros (reseña publicada en Nayagua 22) 

Este texto inevitablemente tendrá mucho de personal aunque espero logre dar cuenta críticamente de Canto a su amor desaparecido de Raúl Zurita: leí este libro por primera vez a los catorce años, en su cuarta edición, en Chile en el año 1989, cuando la larga y traumática dictadura militar llegaba a su fin y puedo decir, sin exagerar, que me cambió la vida.

La censura oficial había terminado en 1985, mismo año de la primera edición del libro. Sin embargo, ya en libros imprescindibles como Purgatorio y Anteparaíso era evidente la tematización del contexto político a través del juego con el lenguaje de lo implícito (bajo el desierto que sube al cielo o las montañas que marchan están, no es posible no pensarlo, los cuerpos de los detenidos desaparecidos; entonces, la poética ensoñación alucinada de Zurita, por parafrasear a Walter Benjamin, es también huella de la barbarie o, mejor dicho, permite desvelar imaginariamente el carácter político del paisaje chileno plagado de cuerpos desaparecidos en su desierto, su mar, sus nieves y sus ríos tan bellos y aparentemente inocuos y vacíos de sentido político).

Contra las posturas de silencio o de clandestinidad –que finalmente generaron una poesía sólo leída entre poetas– la postura de Zurita de publicar en dictadura, “llevado de la mano” por el gran Enrique Lihn (aunque luego se distanciaran) a la prestigiosa Editorial Universitaria, permitió que una generación entera de lectores tuviéramos acceso a la mejor poesía del momento. También Anguita, Parra, el mismo Lihn y Teillier, Turkeltaub (poeta y editor imprescindible para entender el periodo) o Soledad Fariña y Manuel Silva Avecedo, entre otros, publicaron bajo dictadura y fueron los poetas que jóvenes como yo o, como ha recordado hace unos años en una columna, Alejandro Zambra, teníamos acceso en un país sin apenas libros disponibles y donde la tragedia se acerca a la comedia ya que se cuenta –no sé si fue así– que la gente quemó los libros con ideología de izquierda pero que los militares incluso confundían los libros sobre "cubismo" con textos relacionados a Cuba. Mientras tanto los poetas clandestinos escribían poesía política en el peor sentido de la palabra (el mismo Pedro Montealegre que comenzó su escritura en un campo de concentración y luego evolucionará hacia una estética más desarrollada y sólida ha dicho que esos poemas valen por su carácter “testimonial” y no poético propiamente tal) o construían sus propios "mitos" (como Juan Luis Martínez y sus ediciones artesanales, Gonzalo Rojas adquiriendo un reconocimiento internacional quizás desmedido o el enfurruñado Armando Uribe que no escribe mientras gobierne Pinochet desde su elegante exilio parisino) y, al mismo tiempo, en el exilio se publicaban libros imprescindibles para la historia de la literatura chilena, como La ciudad de Gonzalo Millán o Escenas de Peep Show de Federico Schopf, pero que no podrían ser leídas en Chile (salvo en el circuito de los poetas) hasta muchos años después. Este es el contexto en que leí éste libro.

Canto a su amor desaparecido me cambió la vida porque mientras me hablaba poéticamente de la tragedia de los desaparecidos, del amor y de la muerte, también me introdujo de golpe a casi la totalidad de los procedimientos de la vanguardia y a una forma de poesía al mismo tiempo total, en cuanto puede hacer uso de múltiples efectos, y fragmentaria también en diversos sentidos; en pocas palabras, la lectura de este libro me introdujo en el meollo de la poesía del siglo xx y creo que también al lector español que se acerque a éste libro le producirá el mismo efecto. Aunque ya tenía inquietudes lectoras y la buena compañía del poeta pero sobre todo crítico y educador Hugo Montes quien me había ido mostrando los clásicos de la poesía moderna (Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Lautreamont) aún no entraba en contacto con la vanguardia ni había llegado, por ejemplo, a ese libro canónico en Latinoamérica que es la Antología de la poesía surrealista de Aldo Pellegrini. Años después comprendería, de la mano del pensamiento de Peter Bürger, que lo que Zurita hace no es neo-vanguardia sino utilizar los procedimientos de la vanguardia, que es irrefutablemente parte de la tradición y no un pequeño incidente que se puede obviar –como pretenden algunos (en esto sigo ideas mejor expresadas por poetas y críticos como Miguel Casado, Pedro Provencio o Antonio Ortega)– para escribir un texto político pero que por sus características formales supera el testimonio coyuntural y se puede leer como se leen los dramas históricos de Shakespeare o la épica de Homero y Virgilio basada en hechos reales a pesar de su distancia en el tiempo. Entre estos procedimientos vanguardistas que alejan este libro del poemario al uso (como florilegio de versos) están la intersubjetividad del autor y la intertextualidad (El libro comienza con una referencia intertextual al diálogo de el padre de Guido Cavalcanti pregunta por su hijo y que interpela al propio autor: “Ahora Zurita –me largó– ya que de puro verso / y desgarro te pudiste entrar aquí, en nuestras / pesadillas : ¿tú puedes decirme donde está mi hijo?”); el lenguaje coloquial y fragmentado; el caligrama (poemas con forma de nichos de un columbario, imágenes (planos de un aparente cementerio) y la desarticulación, hacia el final del poema, del lenguaje en una especie de grito o lamento. Como recordará él lector muchos de estos elementos están presentes en la obra de Huidobro, tanto los caligramas como el lenguaje que se desarticula en Altazor, sin embargo, si en Huidobro la lucha es por crear un arte autónomo, que la flor florezca en el poema, estos mismos procedimientos son usados por Zurita para hablar de su tiempo y de política, de la nuda vida como diría Agamben, pero evitando los problemas de la llamada “poesía política” de denuncia explícita y creando un paisaje imaginario político, personal y único, que es una de las grandes obras de la poesía latinoamericana actual y que se lee con tanta actualidad hoy como en 1989. Cómo decía Ezra Pound: “la literatura es una noticia que siempre es noticia” y eso sucede con la obra de Zurita.

Por todo ello no sólo es necesario felicitar a Fabio de la Flor, editor del libro, por haberlo puesto en circulación en España, sino que además puedo decir, por mi experiencia, pero también creo que con conciencia crítica, que este libro breve, más al uso del poemario convencional en España, puede ser el mejor acceso a la obra de Zurita de mayor extensión como es Anteparaíso (Visor, 1992), Cuadernos de guerra (Colección Transatlántica, Amargord, 2009), el impresionante y más reciente ZURITA (Delirio, 2012) y, al que quizás sea su libro más importante, por su composición y por la obra –cercana al Land Art– con que concluye (la frase "ni pena ni miedo" inscrita a lo largo de 3km. en el desierto chileno), que está aún por reeditar, LA VIDA NUEVA (Universitaria, 1994). En poco tiempo se editará una completa antología (de más de 600 páginas) de la obra de Zurita en Lumen. Sin embargo, Canto a su amor desaparecido es un libro que, confío, provocará en el lector la necesidad de conocer más a fondo la obra de este poeta imprescindible.

 

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