Miércoles, 6 de Noviembre de 2024
José Hierro: la figura del poeta.
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desfrío

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Desfrío no es el revés del frío, no es tampoco calor. Es una temperatura en metamorfosis que no existe, que pasa del frío de lo vivo en el límite norte (-25º) a la temperatura estable, algor mortis, de la escucha, de la extrema atención (25º). Que entrega el propio magma para hundirse en el centro solar, en la contemplación de los núcleos escindidos y encadenados de la explosión (15.000.000º). Es el itinerario de un pájaro varado que no puede migrar, que se separa de su bandada para permanecer quieto en el frío, atento a sus crujidos, a sus reverberaciones, a los ensueños de la hibernación, y por fin al cese de la máquina de las imágenes. Lo que vuela a la inversa, excava hacia arriba, se sumerge en lo contraído por escisión. Lo que moja sus plumas en fuego y vuela junto a otras aves separadas (patos abrasados, grullas de luz). Después de Tundra, Reses, grisú, Sales y Caza con hurones, Esther Ramón aborda en este nuevo libro una excavación extrema. 

 

Naturaleza, lugar y biografía en Desfrío, de Esther Ramón
Andrés Fisher
(texto publicado en Nayagua 22) 

Desde su estructura, este Desfrío de Esther Ramón bien puede recordar a una de las novelas que más se han acercado a la poesía de cuantas fueron escritas a lo largo del siglo xx: Las olas, de Virginia Woolf. Que abre cada uno de sus capítulos o secciones con una entrada que lleva al lenguaje a cauces muy poéticos en los que su tono impersonal da un giro radical frente a los monólogos de los seis (o siete) personajes que pueblan los capítulos. En estas entradas, la autora usa la imagen del sol apareciendo, alzándose, llegando al cénit, declinando y finalmente desapareciendo en el horizonte como un correlato metafórico del paso del tiempo que experimentan los personajes de la novela.

En Desfrío, sus tres secciones que indican un viaje no en el tiempo pero sí en la temperatura, también se abren con una entrada o un poema que opera a modo de una de ellas y que (des)contextualiza el contenido de cada apartado. De ninguna forma podríamos decir que Las olas es una obra lineal en el sentido reduccionista y pobre del término. Ahora bien, hay una relación más o menos directa entre las entradas y el contenido de los monólogos que opera como una metáfora establecida o incluso absoluta, en cuanto a la relación conocida y cultivada entre el paso de los años del hombre con el trayecto solar durante un día terrestre.

Desfrío se aleja de cualquier tipo de linealidad. Empezando por el trayecto que propone en la escala térmica, que fluctúa de temperaturas humanas, en las que es posible la vida, a otras supra humanas, astrofísicas, solares, en las que lo humano es solo concebible a través del lenguaje. En los poemas que operan como entradas a las secciones de Desfrío priman las imágenes relacionadas con el segmento de temperatura a la que se refieren, pero desde ya no son las únicas y se van abriendo a otras áreas de sentido. Así, en la primera entrada que abre “20 bajo cero” hay una imagen más o menos reconocible de invierno: “los ríos ofrecían / sus pieles de nutria / a los caminantes”, seguida inmediatamente por otra que se aleja: “la sangre de los alces / se absorbía en sudor / en piedras planas”. La estrofa de cinco versos que cierra el poema menciona al invierno en su último verso, el que solo con esa mención se hace reconocible: “Eran tumbas / de castores, / pesebres, / cajas aromáticas, / cuerpos y dientes / del invierno”.

En los poemas que siguen a las entradas y que forman las tres secciones del libro si bien las imágenes vinculadas a la progresión térmica siguen siendo tangibles, se relativizan en contenido y adelgazan en cantidad dando paso a una de las características que subyace a toda la producción poética de Esther Ramón, cual es constituirse en una trama que lo contiene todo. Una red en la que se superponen sin solución de continuidad elementos de diversa procedencia, de valencia poética tanto positiva como negativa. Una poesía que se aleja de las nociones estables de lo real para hacer suya desde sus cimientos compositivos lo inestable y autónomo de cuanto se construye con palabras.

Muy a propósito de esta poética es este fragmento de Filosofía y poesía de María Zambrano:

 

  • La poesía perseguía, entre tanto, la multiplicidad desdeñada, la menospreciada heterogeneidad. El poeta enamorado de las cosas se apega a ellas, a cada una de ellas y las sigue a través del laberinto del tiempo, del cambio, sin poder renunciar a nada: ni a una criatura ni a un instante de esa criatura, ni a una partícula de la atmósfera que le envuelve, ni a un matiz de la sombra que arroja, ni del perfume que expande, ni del fantasma que ya en ausencia suscita.

Ya en ocasiones anteriores hemos apuntado a la importancia de las cosas en la poesía de Esther Ramón así como a que el conjunto de su obra conforma un sistema reconocible que se construye a partir de unas constantes constructivas y de estilo que encontramos en cada uno de sus libros.

Una de ellas es el uso que de tanto en tanto se hace de la extrañeza o el enrarecimiento gramatical en esta poesía. En Desfrío nos encontramos con esto desde el título, que es un neologismo, una palabra que no existe dentro de los límites de la lengua y que acuñada para presidir este libro, los expande. Neologismo que es identificable en cuanto a contenido, el que antes de atenuarse se acentúa por su anti-normatividad. Lo que se continúa con los tres primeros versos del poema-entrada que abre el libro: “Después de mirar / con el bosque, / las formas se enfriaron”. Aquí, desde el inicio, la preposición elegida, con, genera una situación inestable no a través de contenido o de imagen sino a través de la mecánica de la lengua. Lo que amplifica la apertura de sentido, la capacidad de conmocionar y de perturbar de esta poesía. Y que no se lograría con un uso normativo de las preposiciones para el contexto sintáctico. “Mirar en, desde, hacia o sobre el bosque” eliminarían la extrañeza gramatical que otorga al bosque una entidad peculiar desde el inicio de estos poemas. Y que aquí opera de preámbulo para algo a lo que nos referiremos a continuación: la importancia central de la naturaleza en Desfrío. En el que además, uno de los sujetos más identificables y constantes que lo habitan es un pájaro.

La poesía de Esther Ramón en general, y la de Desfrío en particular, no son escrituras biográficas en el sentido más habitual. El de un sujeto poético estable dando cuenta más o menos inteligible y lineal de una experiencia bien identificada y del impacto que esta genera en su experiencia. Aunque Desfrío si que podría ser un  libro biográfico de la forma en que Antonio Gamoneda se refiere a ello: “el pensamiento poético, decía, es en mí, lo quiera o no, una forma de existir; no puede falsificar la realidad biográfica: es parte de ella”. El pensamiento poético para Gamoneda es una forma peculiar de conocimiento que se escapa de la lógica causal y discursiva del logos occidental y que genera realidades autónomas y no miméticas con respecto a la realidad circundante, lo que bien se puede acercar a los modos operativos de la poesía que nos ocupa. Fragmentos de experiencias vitales, entonces, como fogonazos yuxtapuestos en el hilo textual. O como núcleos a partir de los que se construyen imágenes que no aspiran a reproducir o ni siquiera a ser un correlato de la experiencia, sino que ganan en autonomía y pasan a ser uno más de los elementos de la red que va formando al poema.

Y es que al final, a modo de colofón, Desfrío ofrece un dato que habla de una implicación biográfica: Lewiston, Maine, donde sabemos que la poeta pasó un año en 2005 ejerciendo como profesora en la universidad que allí se encuentra. Maine es el estado más septentrional del este norteamericano, es decir que se encuentra en latitudes canadienses, con lo que su flora y fauna así como la intensidad de su invierno son sobrecogedores. Al mismo tiempo, y en lo que podría dar lugar a un buen trabajo sobre lugar y poesía acerca de este libro, está la experiencia del college-town estadounidense, pueblos más o menos pequeños y más o menos rurales en los que una universidad constituye la actividad principal. La cercanía de la naturaleza en un lugar tan pródigo como el noreste de los Estados Unidos, entonces, puede constituir una experiencia de enorme magnitud para una persona sensible a ella, especialmente si viene de la urbe. Porque la naturaleza está en todos los lugares, ocupa todos los espacios y el impacto de las estaciones sobre ella es dramático. Experiencia que se intensifica con las particularidades socioculturales de estos sitios, sobre las que la experiencia de lo natural, junto con otras particularidades del ethos norteamericano, también ejercen una honda influencia.

Es este el lugar donde se instala Esther Ramón en el otoño de 2005 y donde escribe este libro. Y al que pronto llega el invierno desatado propio de esas latitudes. En las que no es extraño que entre noviembre y marzo se alcancen temperaturas de 20 grados bajo o cero o inferiores incluso. Temperaturas en las que la actividad humana y social se reducen a mínimos. Temperaturas donde el hielo gris ante el que no hay recursos, todo lo cubre, influyendo en toda la gama de la conducta y de la experiencia de quienes allí viven. De aquí, desde este invierno extremo es desde donde arranca Desfrío. Cuyo periplo textual, desde el mismo arranque, deja ver su lejanía de todo intento mimético con respecto al lugar y a la naturaleza originales. La misma ya mencionada estructura del libro hace que el periplo concluya en un lugar y situación solo posibles en la imaginación: la vida a los millones de grados propios de la temperatura solar, de la que: “emergerá / un ser extraído / y blando, / todo vuelo, / tan caliente / y enfermo / como la médula / blanquecina del sol”.

Del mismo modo, la intensidad de esta poesía se mantiene intacta y pulsátil a lo largo de todo el viaje. Podríamos decir entonces que la intensidad orgánica del invierno de Maine opera ni mucho menos solo en base a imagen y contenido, sino que influye en los mismos mecanismos de la práctica textual con que se construye el libro. El invierno en aquellas latitudes es capaz de una extrema belleza tanto como de un severo y hasta cruel impacto sobre todas las formas de vida. Una belleza terrible que también es propia de todo cuanto compete a lo humano. Dualidad en la que el libro es pródigo, a lo que debe buena parte de su intensidad y su tensión. En los poemas de “25 grados” encontramos: “En el sueño todavía / la carroza de luz / entre la multitud / de hojas del árbol congelado y luego el cambio de signo hacia: Ahora que corre el agua, / extiende tu mano / marcada para que / la muerda, /para que la lea como / un perro amarillo / que husmea los huevos / de los cestos / y te lame después las uñas / con su lengua dividida, / de culebra”. 

Desfrío contiene algunas metáforas que pueden apuntar a la estabilidad en el sentido de las de Las Olas y que persisten a lo largo del libro como la del pájaro, que al principio pugna por desobedecer y abandonar a la bandada, con su correlato en la conducta humana, pájaros que al final; “sobrevuelan / la corteza / en la misma / bandada”. Al mismo tiempo, el libro, a través de la figura del pájaro, apunta a zonas que le son más propias y que tienen que ver con la inestabilidad a la que se dirige esta poesía, que no aspira a cerrar nada si no a abrir espacios en los que graviten sin centro fijo elementos de toda clase, de los que el pájaro es solamente uno: “La pared no oculta / el rumor de las alas / del primero, / y mientras, el último / pájaro visita/ las excavaciones. / Está posado en el rellano / de la casa, cae la tarde /sobre el peldaño de acceso”.

Esto nos devuelve a la idea ya esbozada de la poesía de Esther Ramón como una trama o red que contiene mucha materia y muy diversa. Junto a los vectores mencionados del impacto de la naturaleza, del errar por las temperaturas, de la figura cambiante del pájaro, Desfrío se va cargando de elementos que ya laten en el continuum propio de esta poesía, algunos de los cuales alcanzan aquí una tensión notable. Uno es la presencia, en segmentos textuales especialmente abiertos, carentes de sentido unitario, donde el contenido es apenas algo muy lateral, de una dicción que pareciese sugerir la presencia de meditaciones acerca del propio proceso compositivo: “Lo que quema es la rama / intacta en el incendio o (hay que callarse / y escribir / en las quemaduras / desprendidas / de la piel) o, de distinto signo: Buceaba dentro / de una gota de ámbar / con un punzón / en la mano / que cincela / la estructura / del helecho”.

El otro es la capacidad de esta poesía, que concentra su práctica de oponerse a los discursos de orden a través de su mecánica textual y de su forma de articularse, de incluir segmentos que sin separarse de esa práctica compositiva, contienen elementos discursivos reconocibles que se oponen y critican a aquellos discursos de orden en cuanto a prácticas sociales opresivas de ejercicio del poder. Lo que agrega a esta obra un componente histórico de relación con su tiempo que excede lo lingüístico, aunque sin abandonarlo nunca. Que no es central pero que existe y que por lo tanto se puede aproximar, en sus mismos términos operativos, a la impronta biográfica y de lugar que laten en Desfrío. En el que también leemos: “Los vigilantes / del orden desfilan, / con linternas / y estacas (…) Abro para mirar / al sol, / para cegarme. O: Ya es hora: / en las comidas una hilera / de trabajadores muertos /con escudillas vacías / entre las manos./ Tienen memoria del orden, / no recuerdan / que se acabó el alimento O: Miembros del  / Comité del Hambre / pegaron carteles / en la puerta. / Uno de estos días / van a inspeccionar / la cámara de hielo, / el libro del gigante / desnutrido”.  

 

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