Miércoles, 6 de Noviembre de 2024
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El Gran Bosque

El Gran Bosque

Marta López Vilar
Pre-Textos
2019

ISBN: 97-884-17830-13-7

El Gran Bosque

Reseña de Pilar Martín Gila para Nayagua 30

 

El libro que hoy tenemos sobre la mesa con el fin de abordar algunos aspectos que surgen de su lectura, lleva por título El Gran Bosque, y su autora es Marta López Vilar. Se trata, en cierta medida, también de una celebración, ya que es el poemario ganador del II Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro, que convoca la Fundación Centro de Poesía José Hierro y que publica la editorial Pre-Textos.

Estamos ante un libro cuya lectura, de alguna forma, puede hacerse desde la huella de un sentimiento de extranjería, de extrañeza y de lo ajeno, en el que asoma nuestra historia como sociedad (no cerrada del todo) con sus fantasmas de genocidio y persecución al diferente; pero, sobre todo, rastreamos en su propuesta poética, un proceso de individuación, de acuerdo con el concepto moderno, el desarrollo mediante el cual lo singular se eleva a universal. Aquí nos encontramos con ese necesario acceso a lo extranjero. Hablamos de un aprendizaje no siempre indoloro y, en gran medida solitario, que conlleva la entrada a ese lugar ajeno del que apenas se tiene noción y en el que solo sabes qué pides, que hay un deseo, pero no lo nombras ante el otro, no sabes qué realmente estás pidiendo. «Decir y nada respondía. Pedir café. Pedir un plato. Pedir más azúcar. Pedir por favor. La mesa vacía.» 

El Gran Bosque nos hace atravesar un lugar desconocido, sí, que del mismo modo que el bosque de Charles Baudelaire, se nos presenta repleto de signos. El bosque de este poemario aparece, por momentos, como una lengua extranjera a la que, como se afirma desde Ferdinand de Saussure, hay que acceder en su totalidad, no por partes sino por completo, de tal forma que en el acceso a la lengua está el acceso al mundo. Todo lo que aquí se cuenta aconteció pero también se puede afirmar que todo lo que se da en el lenguaje construirá su acontecimiento; toda vivencia aflora y, a la vez, cada poema se presenta como ese hecho que cobra vida en la palabra; hechos, objetos, animales…, en definitiva, todo lo que acontece resulta de lo que es dicho. Así, quizá se podría decir que acontece más el poema que la vida. «Pongo mi oído sobre el suelo, toco las cortezas y me oigo respirar. Lento, tan lento que olvido la última vez que respiré. La primera letra es mi respiración. Como ese aire que sale camuflado, que se pierde, se diluye. Letra que no nombra. Ya no tengo mundo.» O tal vez es que el mundo se esté dando al pie de la letra. 

Sí, el mundo está lleno de signos y al mismo tiempo, lo real va tomando de ahí su forma. Lo real está en el bosque que presta su configuración y su apariencia, pero también está en el cuerpo que abre sus sentidos a las cosas. Cuerpo y territorio entran aquí en juego como movidos por un sentido de pertenencia que se conforma más bien sobre fragilidades, sobre lo vulnerable del lugar y del cuerpo que aspira a habitarlo. Se trata, quizá en parte, de apelar a esa mirada victimizadora con la que, en nuestra cultura, nos venimos observando en las últimas décadas, una aprensión que se va adueñando de nuestro mundo y del espacio físico que ocupamos en él, y que espolea el deseo de sobreponernos nuevamente a otra destrucción más. «Volver a construir el tranvía, la Sinagoga, el Bosque de los pájaros. Y descansar.» 

El Gran Bosque está contado desde un yo, una voz individual, que Marta López Vilar construye en ese proceso de individuación del que hablamos antes, con la que trata de acceder a un espacio común como lo es la lengua. El bosque es un lugar de pertenencia, ya se dijo, y también es la trama de lo colectivo, donde se da la semejanza con los otros, la comunidad. El silencio se da en el lenguaje, es un vacío, que aquí reclama, al otro lado, a alguien que no está. Hay vacío, falta el mundo. «Llevaba dentro de mí un oscuro alfabeto. Como si, de repente, cada palabra acabara sumergida en un lago.» En este sentido, el sujeto que habla en los poemas es un sujeto aislado que trata de encontrar al otro, al interlocutor y, al tiempo, establece una distancia con él –a propósito de esa distancia, tal vez se puedan leer en esa dirección algunos verbos en infinitivo, sobre los que recaería parte de ese alejamiento frente a la mayor cercanía de una conjugación en primera persona del singular–. Estamos, quizá, ante la conciencia del individuo, quien a través de la vivencia del sufrimiento o de la noción de la muerte sabe que nunca podrá saldar la falla con los otros, porque es uno mismo el que sufre y uno mismo el que muere. Al fin, el individuo vive, en última instancia, en soledad.

 (…)

 

Reseña completa en Nayagua 30.

 

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