Miércoles, 4 de Diciembre de 2024
José Hierro: la figura del poeta.
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Parasitarias

Parasitarias

Alejandro Castro
Libros del Fuego
2020

978-980-7643-32-0

Parasitarias

EL GIRO, EL CORAJE

Rafael Castillo Zapata

Nayagua 32 

 

 

«El coraje de dar un giro radical al propio estilo: romper con los antecedentes, ir en contra de la corriente de lo esperado para no repetirse, acaso; para desmentirse y defraudar, con intención, al lector acostumbrado, al lector acomodado que supone y espera más de lo mismo, el mismo juego, el mismo gesto que, por insistente, persistente, se vuelve manido, indigesto, indiferente. Es lo que, en lenguaje más llano -pero no quiero ser llano, y mucho menos para hablar de una poesía más bien escarpada, de lengua árida y oscura; encrespada; crispada a veces-; es lo que en lenguaje más llano, sin tanta subordinación impertinente ni tanta lata o perorata, se diría, digo, frustrar las expectativas hechas.

Todo esto, este rupturismo, digamos; este lastre moderno de denunciar y renunciar y de cortar cabezas y de limpiar el terreno para comenzar de nuevo desde un supuesto cero traicionero, puede sonar a deliberación, a propósito, a plan estratégico. Puede sonar a eso: a voluntad de épater a ese bourgeois que todavía sobrevive, al menos en el imaginario de nuestro vanguardismo ya tal vez un poco automático, espontáneo. Suena a eso, quizá. Pero yo no estoy nada seguro de que Castro se haya planteado, como táctica de una estrategia a largo o mediano plazo, como los que planifican una campaña o el lanzamiento de alguna novedad mercadeable, rentable, pendientes del impacto comercial, que los hay -y el mercado editorial está inundado por sus obras, que a la larga sobran, hechas pret-à-porter, talla única, unisex, a la medida del apetito del multitudinario público fitness, en lenguaje light-; no, no estoy nada seguro de que nuestro poeta se haya planteado una estrategia a largo, mediano o corto plazo, digo, para producir un efecto, a la manera quizás ya rancia pero quizás todavía eficiente de la famosa bofetada al gusto del público que el candoroso y hermoso Maiakovski blandió como consigna de su arte hace ya más de un siglo. No. Yo no creo que haya nada de calculado en este giro: la lengua poética también actúa más allá del poder de control de quien la utiliza o, mejor, de quien se deja utilizar por ella. Castro no dio un giro, no dio un giro el poeta, el hombre voluntario, voluntarioso; fue la poesía la que lo puso a girar; la que le dio un vuelco y lo sorprendió en el camino con una nueva -tal vez sospechada, tal vez intuida o deseada- dificultad que lo desvió de su ruta, que lo desorientó y lo obligó a recorrer de otro modo un territorio que estaba, a partir de entonces, condenado a penetrar, selva selvaggia e aspra e forte que atravesó, dantesco -cuevas y hades; piélagos y murciélagos; estalactitas y estalagmitas de pena; ominosas gemas-, renunciando al antiguo poder de una palabra que le dio fama (efímera, como todas), una palabra urbana, desafiante, pendenciera, local y coloquial que le valió premios y alabanzas, reediciones y entrevistas, breves brillos de farándula.

Y es así como nos encontramos, hoy, con un Castro inesperado, con un Castro que nos desafía de otro modo con éste su tercer libro, Parasitarias (2019), que en cierta medida le da la espalda y dice adiós sin aspavientos, cortando por lo sano y en seco, de una sola e insólita cuchillada, con sus dos libros anteriores: No es por vicio ni por fornicio. Uranismo y otras parafilias (2011) y El lejano oeste (2013), como se deja atrás, no sin dolor, un viejo amor que ya no da la talla y nos estalla como una granada en las manos por equivocación. Adiós.

Sí. Parasitarias es un poema de la familia -si existe- de los adioses, así como existen las elegías y los epitafios: una lápida por otra. Si Casto hubiera seguido la senda que seguía, la senda de ese conversacionalismo sabroso, lleno de paradojas y de sobreentendidos, de guiños ingeniosos, tal vez hubiera escrito, en vez de como escribió, a la sombra de un bolero; pero no. Sagaz, perspicaz, zarandeado por la inteligencia de la poesía y por su sensibilidad -su fino olfato-, Castro no se dejó llevar por esa tentación, tan fácil de obedecer, y escribió de su despecho -porque este es, a mi parecer, un libro de alguien que ha perdido de repente el pecho, socavado por el terremoto de un amor que ya pasó, para decirlo, yo sí, en bolero, arrabalero- como un poeta hermético, como un poeta barroco que le debe más a Góngora que a Lara, más a Lezama que a César Portillo de la Luz. Así pues, en su trabajo de duelo, en su labrar su desconsuelo, Castro fue empujado, por una extraña ley y por su propio proceder, a escribir con otra voz; una voz laberíntica, misteriosa, alegórica, secreta. Se encaminó hacia un nuevo escenario para hablar de lo que nunca ha dejado de hablar desde su primera entrega: del amor y sus atolondrados, recurrentes, inclementes recovecos. Sí, este es un largo poema de amor -y de los buenos-, sin sentimentalismos ni ayes ni requiebros: un poema de amor de palabras amoladas, de imágenes desgarradas, de jirones de carne rota y sangre y rabia y melancolía, y, por todo eso, de una extraña y contundente sabiduría erótica, desencantada y radical».

 

 

 

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