Viernes, 4 de Octubre de 2024
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Phantasmagoria

Phantasmagoria

Sara Torres
La Bella Varsovia
2019

ISBN: 97-884-94800-79-5

Phantasmagoria

Reseña de Laura Casielles para Nayagua 30

 

Dejó dicho Luis Cernuda que «el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe». Vivimos, sin embargo, en un mundo en el que hemos aprendido a construir el deseo precisamente a partir de una respuesta dada de antemano. Un mundo saturado de imágenes que fijan los códigos que configuran ese deseo, que ofrecen constantes objetos para satisfacer una pregunta a la que no se deja espacio.

«Un ¿cuerpo? –escribe Sara Torres– no es capaz de percibirse a sí mismo como materia concreta pero accede de forma constante a las imágenes / ¿o las imágenes acceden a él? / atrapada en la cadena de resonancias.» El exceso de representaciones dificulta el acceso a la vivencia: es necesario detener la profusión de imágenes para poder acceder al propio cuerpo y recuperar la posibilidad de desear. «Asfixia en la cadena de significantes», «atrapada en la resonancia / al repetirnos no nos encuentro», «el archivo / me aplastó el plexo» 

El filósofo Santiago Alba Rico explica como, en nuestro tiempo, el cuerpo ha desaparecido. «Durante toda la historia de la humanidad, las sociedades que han adquirido civilización se han interesado en la contradicción entre apariencia y realidad. Pero ahora, la apariencia es la realidad. Y ahora, lo que antes era la realidad, el cuerpo, se ha convertido en un residuo culpable.» Según su hipótesis, el cuerpo es un obstáculo para la economía capitalista porque siente dolor, envejece, muere, y supone por tanto el lastre de una contradicción de la que nos pasamos el rato intentando huir. Cuanto más acceso tenemos a sus representaciones, más lejos estamos de él.

Frente a eso, Phantasmagoria, último poemario de Sara Torres, es una especie de fenomenología de los momentos en los que intuimos otra cosa. Una vivencia antigua, familiar pero casi olvidada, en la que vemos –en nosotras o en las otras, los otros– al sujeto que hay detrás de la objetualización que nos invade. «He de humedecer el cuero seco / para que la piel se me pueble de ojos / […] párpados no muros / con la capacidad de plegarse y desplegarse.» El dolor y la angustia se encarnan con una certidumbre que esquiva la tentación de convertirlos en abstracciones: «pilota el ojo ciego de una pregunta / y la respuesta que existió tiempo antes». 

Así, el deseo vuelve a ser algo opuesto a las imágenes diseñadas para completar el hueco antes de admitirlo. Toma cuerpo, «puede olerse y quebrarse». Porque, contra el transcurrir de los anuncios y los cánones, «será caprichoso y hambriento. Irrumpiente y trastornado como el carro que desborda la velocidad de las bestias que iban tirando de él y las empuja a las esquinas del camino. flancos hacia arriba. mirando perplejas. será como el gesto de sorpresa en los ojos redondos y oscuros de las bestias súbitamente arremetidas o no será».

En ese desbordarse, en la orfandad en que nos deja el no legitimar lo aprendido y acostumbrado, en «la ausencia de texto que describa modos de relación», se abren posibilidades. Phantasmagoria es un proyecto que pretende ofrecer otro tipo de imagen y que, no en vano, nació con la escritura en diálogo con un proyecto escénico, esto es, con un «poner el cuerpo» a esa búsqueda de palabras.

Y, como es habitual en su escritura, Sara Torres lo hace desafiando lo conocido a través de un profundo ejercicio de imaginación. De nuevo, en Santiago Alba Rico encontramos una reflexión que viene al caso: su defensa de la imaginación, anclada en el presupuesto de su diferencia con la fantasía. Su planteamiento parte de la idea de que la fantasía –género al alza en el tiempo de las imágenes– no tiene que someterse a la verosimilitud, se desprende de toda norma para proponer cualquier cosa, parte de un pacto de ficción que se desentiende de cualesquiera implicaciones de la representación con el mundo. La imaginación, sin embargo, dice, consiste en construir otro mundo con solidez, creando cadenas diferentes de causas y consecuencias, haciéndose cargo de las implicaciones de cada nueva figuración. Consiste, explica, «básicamente en ponerse en el lugar exacto del otro y en el lugar probable de uno mismo»

Una imaginación así entendida es la que trenza los cuentos de infancia y perdemos en las fantasías adultas –en las sexuales, en las políticas, en las vitales, en las literarias–. Recurrimos a un realismo pornográfico o a una metáfora hecha de zombis o dragones, y vamos desentrenándonos de la facultad de construir otros mundos posibles, otros modos posibles de estar en este.

Una imaginación así entendida es, sin embargo, la herramienta con la que Sara va edificando, libro tras libro, el mundo muy propio que construye en su escritura. Si el entorno de imágenes –heteronormativas, violentas, capitalistas– impide a la vida abrirse paso, su poesía dibuja otras como desbrozando un posible camino. Así fue en La otra genealogía (Torremozas, 2014): una suerte de utopía o cosmogonía alternativa que imaginaba una isla habitada por una comunidad de mujeres libres, o en búsqueda constante de serlo. Y así también en Conjuros y cantos (Kriller71, 2016), donde el empeño era explorar la performatividad del lenguaje y sus efectos en la realidad, la posibilidad de cambiar nuestra percepción y concepciones a través del juego con el modo de nombrarlas o referirlas.

(…)

 

Reseña completa en Nayagua 30

 

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